Cuando el Poder se viste de seda

El voto electrónico o el disfraz de la decadencia

Los Fiscales y los empleados judiciales quedamos un minuto en silencio. Interpreto que fue en homenaje a una democracia que está en agonía.
Intercaladas, entre los votos de los electores, iban apareciendo boletas que nunca habían sido dobladas, para ser acomodadas en esos pequeños sobres, que se introdujeron en las urnas, en las últimas elecciones.
Las boletas estaban lisas, sin una sola marca que indicara un doblez.
La urna era de por sí escandalosa. Casi todos los electores habían votado al mismo partido. Solo cinco ciudadanos habían votado otras dos opciones. Las boletas sin doblar estaban intercaladas con las boletas que habían sido dobladas.
Era una mesa femenina pero, el presidente de mesa, era varón. El resto de las mesas de esa escuela arrojaban números parejos. La mesa, cuyos apellidos empezaban con la letra "d", había votado de manera diferente al resto de la escuela.
La Justicia Electoral determinó que esa mesa era válida. Solo se descontaron los votos que nunca habían sido introducidos a la urna de manera "legal", el resto quedó igual.
Para la Justicia Electoral no existió manipulación de la urna, por lo que los partidos políticos restantes, perjudicados por la maniobra, vieron como la lista 2 sumaba votos, mientras ellos no.
Normalmente las bases estadísticas se asientan en un número cercano a las cuatrocientas personas. Por eso las mesas de una escuela se dividen en números cercanos a los cuatrocientos votos. Las mesas se ordenan por la primera letra del apellido del votante, de modo que la mezcla de electores del barrio sea aleatoria y se consiga un perfil lo más representativo posible.
En estas elecciones, en Chubut, algunas "letras" votaron contrario al resto del abecedario. La Junta electoral, consideró que esto no era llamativo, y mientras la sumatoria del acta diera, estaba todo bien, no había que abrir ninguna urna.
Ni hablar cuando alguna lista que venía con un caudal importante de votos en una sola mesa quedaba en cero. En las que se consiguió abrir la urna, generalmente aparecían esos votos "olvidados" de informar.
Un científico alemán, dos siglos atrás, escrutaba un cadáver en una de las primeras aulas de medicina. Un colaborador, sabedor que sin lentes el científico no veía nada, le recordó que no los tenía puestos, a lo que el científico le respondió: "No me hacen falta. Yo soy el profesor. Sé lo que hay aquí dentro".
De igual modo, nuestra Junta Electoral no quiso usar sus lentes, porque ya "sabía" lo que había adentro.
El poder es así. No diferencia entre ciudadanos comunes, periodistas y jueces. Todos entran en la misma bolsa. Hoy, podríamos decir, en la misma urna.
Si nos ponemos los anteojos, veríamos los antecedentes de esta "miopía" en la "desaparición forzada" de boletas, en la manipulación de los medios, en la también "desaparición" de los presidentes de mesa nombrados por la justicia electoral.
Al poder no le gusta perder. El verdadero poder (que no son estos lamentables títeres que se dicen políticos), sigue gobernando desde la dictadura militar.
Si no me creen, pónganse los anteojos y observen la salud de nuestra patria financiera, la continuidad de la concentración económica y el intacto aparato represivo, basado en la falta de democratización de las fuerzas armadas y de seguridad.
El voto electrónico no va a cambiar nuestra sociedad. Porque el verdadero cambio no es "electrónico", ni mecánico, ni siquiera legal.
Si nuestra sociedad no comprende que se deben respetar a todos los ciudadanos, a todas sus ideas y a todas las necesidades de los habitantes de nuestro país, no hay voto electrónico que impida el fraude.
Sería como poner una puerta blindada en una casa: solo nos dará, apenas, una sensación de seguridad.
Pero será una sensación falsa, porque una "sociedad de delincuentes" seguirá existiendo allí afuera, esperando el descuido o la distracción.
Únicamente saliendo todos a la calle, coordinando con el vecino, participando con respeto y cortesía en todos los ámbitos en el que nos movemos, podremos empezar a cambiar nuestra realidad.
Lo demás, es ridículo, porque aunque vistamos a esta "democracia" de seda, mona queda.

Por Guillermo Nicolás Bonaparte